Cromosoma Y

Desde que tengo memoria, siempre he estado rodeado de hombres. No he tenido hermanas, apenas una prima y alguna amiga de la infancia en el pueblo. Pero todo el mundo que haya tenido amigas del pueblo sabe que a temprana edad, suelen ser más chicazos que los propios varones del entorno.

El colegio, que tardó en ser mixto, evitó tener que mezclarme con individuas que empezaban a femineizarse poco a poco, y esa algarabía gay que nosotros llamamos ‘la mili’ me protegió lo suficiente respecto a todo lo rosa.

El hecho de haber estado rodeado de tanta masculinidad ha tenido sus ventajas a pesar de todo. La evidente complicación de la figura femenina ha sido algo que he tenido el placer de ignorar; la ruda y directa comunicación entre hombres ha sido la forma de vida que he aprendido, y que sigo sin cuestionarme sus virtudes y defectos. Que esto me traiga problemas de cuando en cuando, como cuando se me ocurrió preguntarme qué es una novia, es otro asunto del que ahora no toca hablar.

Tanta sabiduría respecto al macho de la especie me vino bien cuando nació mi hijo. A pesar de no traer manual de instrucciones, mi experiencia vivida fue mi guía para saber cómo tratarlo independientemente de sus muchas quejas. En el fondo, no somos tan complicados. Es nuestra ventaja.

Pero este mundo perfecto se derrumba. El castillo de naipes, delicadamente construido a lo largo de tanto tiempo, ha perdido una carta del primer piso.

Joer joer joer joer….

¡¡Que voy a tener una niña!!

Soundtrack, que ha decidido comenzar a tomar clases para sobrellevar el futuro que le espera de una forma sensata y progresista, que ya no estamos en el medioevo, ejem...