Solo un huevo

El niño miró el plato que le acababa de dejar su madre. Escudriñó esa extraña cosa circular bicromática, y no sintiéndose satisfecho, volvió a mirar a su madre. Y medio gruñó algo parecido a  -¿Mamá...?

La madre sonrió y le contestó amablemente

- Sí, cariño. Para cenar, es un h-u-e-v-o  f-r-i-t-o. Está bueno...

El niño, inseguro, volvió a mirar el plato, duditativo. Al final, respiró hondo, tomó una decisión y agarró la cuchara, pero antes de usarla buscó con la mirada la aprobación de su madre.

Ella no pudo evitar sonreir al corregirlo

- No, eso no hace falta. Se hace con pan, ¿lo ves?.. pan

Y le alcanzó un mendrugo recien cortado de la barra.

El niño lo cogió con la mano y siguió esperando instrucciones. no lo veía nada claro.

La madre, divertida, le instó a que le imitara

- Mira, se coge así... Unta y luego, ¡zas!, ¡a la boca!

Y acompañó sus palabras con un generoso trozo de pan bien untado en el huevo. Mientras la madre se relamía - oye, está bueno - el niño miró al plato de nuevo, lo miró a ella, y decidió intentarlo.

Con un brusco movimiento empotró el pan en la yema y se lo llevó a la boca, dejando un rastro que podía seguir el detective más inepto. Se lo metió dentro, dejando sus buenas gotas amarillas cayendo lentamente por la barbilla y, con expresión de "es el momento", la comió.

Sus ojos se abrieron de forma desorbitada, tanto, que sus pupilas parecían más pequeñas de lo que realmente eran. Empezó a abrir la boca en gesto de sorpresa, de forma que apenas podía masticar. Su madre lo miraba, absorta, sin percatarse siquiera que ella no había vuelto a probar bocado, concentrada como estaba. El niño tragó apresuradamente lo que le quedaba y, todavía con la expresión de sorpresa en el rostro, volvió a mirar a su madre. En sus ojos había algo que parecía una súplica.

La madre, sin poder aguantar su sonrisa, le dió permiso

- Claro que sí! Coge otro trozo de pan, los que hagan falta para comertelo. Pero has de comer el huevo entero ¿eh?, el pan solo no vale - dijo entre despreocupada y orgullosa.

El niño cogió otro trozo de pan y se lanzó a devorar el resto de la cena. La madre apartó la vista un momento para que el niño no viera que se le estaban humedeciendo los ojos, no fuera a malinterpretarlo. Estaba feliz, su gozo era tan fuerte que incluso dolía. Volvió a mirar al pequeño cenando inocente, y entonces pensó que todo había valido la pena. Parecía mentira, pero al final todo salió bien.

Y pensar que solo hacía dos semanas que habían conseguido traerselo de china.

Inspirado en hechos que podrían haber sido reales...