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viernes, 27 de abril de 2018

El protocolo

La inevitable actualidad que planea estos días respecto a La Sentencia (de la cual voy a intentar reservarme mi opinión), me ha hecho recordar algo que me suele suceder con cierta frecuencia: Para ir a trabajar me levanto muy temprano (para mi gusto). Todas las mañanas de todos los días laborables, sobre las 05:15 de la mañana estoy andando mientras me dirijo a la parada de autobús. Suele ser un paseo tranquilo, solitario, inocuo, aunque a veces me cruzo con alguna persona que también sufre la misma maldición del Despertar Forzosamente Temprano.

Pero a veces, sobre todo cuando el clima acompaña, me cruzo con alguna joven. Y aunque no es algo que suceda todas las veces, sí que es tal la mayoría de ocasiones que ya tiene relevancia estadística. Y estoy hablando del miedo.

Sí, el miedo. Puede notarse a distancia. Yo voy tranquilamente a mi destino, y a lo lejos una chica viene en sentido contrario. Distraída. A lo suyo.

Y entonces me ve.

A veces yo la veo primero, a veces ella ya me tiene más que controlado cuando me percato de su presencia, pero ahí está. Apenas hay cambios perceptibles de actitud o lenguaje corporal, pero se nota. Ya creo que se nota. Está en modo Alerta. Y es una sensación bastante incómoda, la verdad. Para ambos, entiendo. No me explico que haya gente a la que esta situación no le pueda causar un cierto rechazo... Pero me estoy desviando.

Cuando me voy a cruzar con una mujer en este tipo concreto de situaciones, me he dado cuenta que inconscientemente activo una serie de acciones que he dado por llamar El Protocolo. Siempre lo mismo. Lo primero, echarme hacia el lateral de la acera que esté más alejado de ella. Luego, ponerme la mochila en el hombro que esté a su lado, a modo de "obstáculo" que ella pueda notar que está en medio. La otra mano, pegada al cuerpo y apenas moviéndose. Y la mirada fija al frente. No sé si funciona, pero la intención es la de emitir la señal de "inofensivo". Puede parecer una tontada, pero siento que debo hacerlo.

Y al final nos cruzamos. Ella con la mirada fija casi siempre en el móvil o en el suelo. Todo lo alejados que nos permita la acera. Alguna vez he creído que aguantaban la respiración... o que suspiraban aliviadas al rebasarme.

Y me fastidia. Me fastidia profundamente saber que encima tienen razones para tener pánico en estas situaciones. Y que lo único que se pueda hacer en ese momento es que pasen el menor miedo posible esos segundos. Cuánta rabia, maldita sea...