Reclusion
Sabía dónde iba y durante cuánto tiempo. Es lo bueno que tienen las leyes, puede que te obliguen a algo que no te gusta, pero desde el principio sabes cuándo tiene puesta la fecha de caducidad. No es un consuelo, pero evita que te comas la cabeza pensando cuándo llegará el final. Eso lo tienes claro desde un principio.
Lo peor de todo no era esta condena, sino ese ridículo traje a rayas que obligan a llevar. Esa indumentaria indica de lejos qué eres y a dónde perteneces. No puedes pasar desapercibido ni huir muy lejos. Claro que la escolta que llevaba tampoco le dejaría escaparse antes de llegar a su destino. A veces, disimuladamente, ha intentado desviarse de la dirección o ir a distinto paso que sus acompañantes. No ha servido: una ligera corrección o sencillamente, un leve carraspeo, era indicación suficiente para hacer notar que se han dado cuenta y que es mejor desistir del despiste. Qué se le va a hacer. De todas maneras aunque lograse despistarlos no sería durante mucho tiempo, ya que el peso que lleva encima hace que sus movimientos sean muy lentos, haciendo de él una presa muy fácil.
Ha llegado a la explanada interior, donde se encuentra con otros como él. Algunos, los veteranos, ya saben lo que hay dentro de ese edificio en forma de “U” y con rejas en las ventanas, y sencillamente esperan la hora. Otros, recién llegados, miran furtivamente la verja exterior. No todos consiguen contener los sollozos.
Entonces suena un timbre. El personal al cargo de la disciplina en la institución empieza a ladrar gritos de mando. Todos en pié. En fila. Ni un movimiento. Y aparece EL. El jefe, el amo, el mandamás. Es pequeño, regordete y medio calvo; pero sabe que emana autoridad y nadie se atreve a rechistar en su presencia. Mira altivamente al grupo, asiente con una pequeña muestra de aprobación y susurra un apenas audible “Adelante”.
Nos empezamos a mover, entrando dentro del edificio. Pocos se rebelan; la resistencia es fútil. Solo queda esperar que el tiempo pase deprisa y todo acabe pronto. Hay que resignarse. Han empezado las clases.
Lo peor de todo no era esta condena, sino ese ridículo traje a rayas que obligan a llevar. Esa indumentaria indica de lejos qué eres y a dónde perteneces. No puedes pasar desapercibido ni huir muy lejos. Claro que la escolta que llevaba tampoco le dejaría escaparse antes de llegar a su destino. A veces, disimuladamente, ha intentado desviarse de la dirección o ir a distinto paso que sus acompañantes. No ha servido: una ligera corrección o sencillamente, un leve carraspeo, era indicación suficiente para hacer notar que se han dado cuenta y que es mejor desistir del despiste. Qué se le va a hacer. De todas maneras aunque lograse despistarlos no sería durante mucho tiempo, ya que el peso que lleva encima hace que sus movimientos sean muy lentos, haciendo de él una presa muy fácil.
Ha llegado a la explanada interior, donde se encuentra con otros como él. Algunos, los veteranos, ya saben lo que hay dentro de ese edificio en forma de “U” y con rejas en las ventanas, y sencillamente esperan la hora. Otros, recién llegados, miran furtivamente la verja exterior. No todos consiguen contener los sollozos.
Entonces suena un timbre. El personal al cargo de la disciplina en la institución empieza a ladrar gritos de mando. Todos en pié. En fila. Ni un movimiento. Y aparece EL. El jefe, el amo, el mandamás. Es pequeño, regordete y medio calvo; pero sabe que emana autoridad y nadie se atreve a rechistar en su presencia. Mira altivamente al grupo, asiente con una pequeña muestra de aprobación y susurra un apenas audible “Adelante”.
Nos empezamos a mover, entrando dentro del edificio. Pocos se rebelan; la resistencia es fútil. Solo queda esperar que el tiempo pase deprisa y todo acabe pronto. Hay que resignarse. Han empezado las clases.
4 Comments:
At 9/9/09 23:13, Cochino jabalin said…
Vaya, visto así, no me extraña que la mayoria de los niños no quieran ir al colegio. Lo del pequeño calvete, !lo has "clavao"! Jejeje
At 10/9/09 17:51, Soundtrack said…
Es que hay que tener un poco de empatía y ponerse en el lugar de la víctima, amigo Cochino.
Por cierto... ¿he clavao lo del pequeño calvete?... maldita sea!!! ¿cuantos traumas infantiles aun me quedan por purgar???
:P
At 30/9/09 01:16, Txispas said…
¿se puede extrapolar esto al lugar de trabajo?
...
...
buaaaaaaaaaaaaa!
At 13/10/09 12:51, Soundtrack said…
Ya sabe usté que puede extrapolar lo que pueda, Lady Txispas :)
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