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viernes, 24 de junio de 2011

La llamada del deber

El día estaba siendo duro, muy duro, pero consiguió llegar a la zona de descanso. Cuando atravesó la puerta del área restringida notó cómo sus nervios se liberaban de golpe y su cuerpo se hacía mucho más pesado. Estaba a salvo.

Con un rápido vistazo localizó un butacón vacío, y se dejó caer sobre el, permitiendo que la gravedad hiciese todo el esfuerzo necesario. Lanzó un hondo suspiro y dejó su equipo al lado del asiento. Era zona segura. Por fin se podía relajar.

Abrió su mochila y rebuscó entre los enseres hasta encontrar una arrugada caja de cigarrillos y un mechero. Extrajo un pitillo que colocó de forma descuidada entre los labios. El temblor de las manos impedía encenderlo correctamente. Una vez. Dos. Tres veces. Siempre es a la tercera vez. Su cuerpo y mente se debían haber acostumbrado, y siempre consigue el control total de sus manos al tercer intento. En cuanto notó el áspero aroma del tabaco inspiró profundamente, llenando los pulmones de humo, alquitrán, y otra serie de componentes descritos en la cajetilla con letra muy pequeña.

Ahora sí, tomo consciencia de que estaba descansando. Las ordenanzas prohibían fumar en esas áreas, pero nadie en su sano juicio obligaría a cumplir esas órdenes a cualquiera de los que estaban allí destinados. Nadie.

Miró a su alrededor, a través de la artificial neblina que formaban tantos cigarrillos encendidos. Dos o tres rayos de sol partían de una ventana cercana y atravesaban la estancia, como afilados y amarillentos cuchillos entre las volutas de humo. Hoy había bastante gente, más de quince personas. Quizá veinte. Era un día bueno.

No obstante, mientras miraba los corrillos que murmuraban entre sí echó en falta un rostro conocido. Sin dirigirse a nadie en particular preguntó:

- ¿Y Stevens? ¿Está de vigilancia o algo?

Una voz chillona y con nervios poco contenidos le respondió desde una esquina:

- Se lo han llevado esta mañana. Lo han sacado de manera urgente, tío, está fatal…
- ¿Qué ha pasado? – preguntó con menos indiferencia de la que quería aparentar
- Se ha querido hacer el valiente justo cuando se encontraba en medio de un grupo de… bueno, ya sabes… y no ha pedido ayuda, y…
- Vale, gracias por la información.
- ¡Pero es que está muy mal, tío, muy mal! Tú no lo has visto cuando se lo llevaban... ¡Estaba chillando, y…!
- ¡He dicho que gracias, es suficiente!

No necesitaba saber más. Ya estaba bastante claro lo que había sucedido. Lo de siempre. Lo mismo que a alguien le sucedió ayer, y que a alguien le sucederá mañana. Mientras lamentaba la estúpida suerte de todos los que allí estaban, se dio cuenta de que no había murmullos. La gente se había callado para escuchar esa conversación, y no ha necesitado volver a hablar.

De reojo vio al Jefe de Grupo echar cada vez mas frecuentes miradas a su reloj de pulsera. Eso era indicación de que el descanso duraría poco.

- Muy bien, muchachos – dijo el jefe de grupo – en tres minutos todos fuera.

Una vez confirmada su sospecha arrojó la colilla a un lado y sacudió su cabeza para despejarse. A continuación ejecutó su ritual: abrió su mochila y comprobó que su equipo estaba en perfecto orden y que no le faltaba de nada. Este sencillo procedimiento, además de práctico, le terminaba de despejar la cabeza y le preparaba para volver a su puesto. Si llevaba tanto tiempo allí, estaba seguro que era gracias a estos pequeños detalles lo preparaban para grandes eventos.

Terminada la comprobación se levantó con su equipo y se dirigió a la puerta, donde todos estaban guardando una ordenada fila. Nadie tenía prisa por salir. Esperaron hasta el último momento, en el que un sonido penetrante se escuchó en las cercanías; era la señal.

Cuando el Jefe de Grupo abrió la puerta, todos fueron saliendo rápidamente y sin interrupciones, mientras algunas voces aisladas se iban deseando buena suerte. Tenía su objetivo asignado, así que se dirigió hacia allí sin pensar en otra cosa salvo en llegar lo antes posible.

Llegó al cabo de unos minutos. Frente a la puerta respiró hondo unas cuantas veces y se persignó. Parece mentira en un ateo como él, pero se dio cuenta que se encontraba mucho peor si no lo hacía. En un momento exacto que no llegó a salir del subconsciente, se dijo a sí mismo “adelante”. Agarró el manillar con fuerza y abrió la puerta.

Ellos estaban al otro lado. Impacientes. Desafiantes. Imprevisibles.

Sus alumnos le estaban esperando.

3 Comments:

  • At 25/6/11 12:55, Blogger Ripli said…

    Soy profesora, y de verdad que hay clases que son peor que la guerra...Pero no se puede fumar en la sala de profesores.

     
  • At 28/6/11 00:08, Blogger eva said…

    Muchhiiiiiiisimas felicidades!!!! que tengas un día genial!!!! un besazo, muaaaaaa

     
  • At 29/6/11 17:49, Blogger Soundtrack said…

    Caramba, creo que es la primera vez que tengo a dos Evas comentando al mismo tiempo :)

    Eva 1, algo así ha inspirado el cuento este chorras que he puesto, pero al menos he respetado la legalidad vigente indicando que el fumar estaba prohibido, solo que se lo saltan ;).

    eva 2, a tí creo que te conozco más ;). Muchísimas gracias... jo, has tardado solo 8 minutos desde la hora cero, ¿eh? :-DDD

     

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