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jueves, 29 de agosto de 2013

La intangibilidad de la culpa

Hace muchos años, en mi obesa infancia, andaba yo cursando la EGB cuando cierta tarde toda mi clase fue castigada. Varias personas estaban hablando durante la hora lectiva, propiciados supongo por la cercanía de la hora de salida, y tras hacer caso omiso varias veces de las generales advertencias del profesor, dijo “basta”, y pidió a los habladores que salieran al estrado. Nadie salió, por supuesto. El maestro dijo entonces que o salían los habladores, o se castigaba a toda la clase. Nadie salió, y por esa malinterpretada idea del “no delatarás” nadie acusó. Así que todos castigados hasta que los habladores se autoinculparan.

Y así fue pasando el rato, el colegio ya sin alumnos mientras nuestra clase seguía llena. Y evidentemente los culpables seguían felices. Aunque poco a poco los ánimos se fueron enfriando, y empezaron las quejas. Pero hete aquí que los culpables idearon un astuto plan (astuto para ellos, claro). No nos dejarían salir hasta que se entregaran los culpables que estaban hablando en clase, pero si somos honestos, la verdad es que “casi todo el mundo estaba hablando, ¿no?”, así que su propuesta fue hablar con el profesor para confesar que todos estábamos hablando. La clase, que solo tenía ganas de salir de allí, aceptó con jolgorio la propuesta. Dicho y hecho; los culpables fueron a confesar por todos los demás y el profesor levantó el castigo. Todos fuera.

¿Todos? No. Un rechonchín pero indignado Soundtrackillo consideró que eso no solo era injusto, sino incluso malvado. Yo no había hablado. Yo había estado siempre cumpliendo con la norma. Acaté el castigo junto con el resto de la clase, pero no iba a confesar un crimen que no había cometido solo para beneficiarme del injusto indulto. Así que me quedé en clase.

Solo.

Así estuve un rato más o menos largo, hasta que me encontró un sorprendido conserje algo antes de que oscureciera, preguntándome (y preguntándose) qué demonios hacía allí. Cuando se lo expliqué, alcanzó a tartamudear algo parecido a “vete a casa ya, hijo… si aquí ya no queda nadie…”. Así que me fui. Sin que mi gesta sirviera de nada. Ese día aprendí dos cosas: una, que la gente mala se aprovecha de las necesidades de los demás para diluir su responsabilidad individual (todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades); y dos, que en ocasiones, la muy democrática mayoría también se confunde.

Saco esta anécdota a colación porque la recordé ayer gracias a un bienintencionado tweet que leí, en el que se decía:
“Mientras peleemos #España seguirá siendo pequeña. Propongo dejar a un lado nuestras opiniones personales y trabajar juntos para todos.”

Si, la idea es muy buena, pero aquí interpreto un “pelillos a la mar”, un como hemos hablado todos, borrón y cuenta nueva cara al futuro, no perdamos el tiempo buscando culpables.

Pues no estoy de acuerdo.

No estoy de acuerdo porque el problema aquí no es el trabajar juntos por un bien común. El problema es la gentuza que se aprovecha del trabajo conjunto. Los que se lo llevan crudo mientras reparten responsabilidades a partes iguales desde su inmediato sucesor hacia abajo. Porque, ¿qué es lo que genera este tipo de actuaciones?: Impunidad.

Si señores, impunidad. Hacer lo que a uno le de la gana porque no sufrirá consecuencias por ello. Me he llevado millones, pero no hay dinero para educación porque los colegios no son rentables. Tengo múltiples cuentas en Suiza y aledaños, pero eso no es nada comparado con el inmenso agujero espontáneamente surgido en la sanidad pública. He repartido privatizaciones sospechosamente ofertadas a mis colegas de correrías, pero eso son minucias si lo comparamos con la terrible afrenta de Gibraltar…. Impunidad total. Porque ahora lo que queremos todos es salir de esta crisis estafa. Pero, ¿a qué coste? ¿Sin ningún escarmiento, para que puedan perpetrar otra en cuanto tengan oportunidad?

Hay que tener en cuenta una cosa: en cuanto lo privaticen todo, no necesitarán ganar elecciones para estar permanentemente en el poder. Y les falta muy poco para ello. Angustiado me hallo…