The Soundtrack Engine

Seguro que tienes algo mejor que hacer...

martes, 29 de enero de 2013

El conflicto (2)

Tras haber pasado el día de la debacle, era el momento de pensar con la cabeza fría. Siendo francos, el hecho de que se tuvieran que realizar despidos no era algo que nos pillara completamente por sorpresa. Desde hace dos o tres años había un rumor acerca de que la plantilla de fábrica estaba sobredimensionada para el trabajo existente, con lo que alguien sobraba. De hecho la dirección ya nos lo confirmó en su momento: se preveía un volumen de trabajo que, crisis mediante, dejó de llegar, y llevábamos un tiempo con más indios que flechas.

A pesar de ser una situación conocida, también es cierto que hasta la fecha se iba capeando más o menos bien. Vale, se tuvieron que acordar dos EREs de suspensión en dos años diferentes y no consecutivos, pero ni siquiera llegaron a agotarse. En el último, acordado para el pasado año, apenas se llegó a gastar una tercera parte de los días regulables. Siempre pensamos que antes de tomar medidas duras, como esta, sabríamos que algo marcha mal si completamos todo un señor ERE y la cosa no remonta. Encontrarnos esta situación de golpe es algo que nos dejó a todos desorientados.

Hacemos el primer recuento de bajas. De 19 extinciones de contrato que se nos indicaron, solo hemos contabilizado quince despidos. Las dudas se nos aclaran enseguida: de las cuatro personas que faltan, dos están de baja de larga duración, y se les ha comunicado el tema a través de burofax. Y los otros dos que faltan… bueno, están de permiso, y aun no lo saben. El drama sucedió un viernes, y estas personas vuelven de sus días de permiso el siguiente lunes y martes, respectivamente. Estoy convencido de que habrá un motivo legal para esto, pero digo yo, ¿qué les costaba avisarles aunque fuese por teléfono, que no hacía falta que vinieran con la ropa de trabajo?… Pues nada, se tuvo que hacer conforme a las normas. Sin saber de quienes se trataban, hubo que esperar que sonara la sirena de inicio de cada turno, Para que sonara un teléfono, se indicara un nombre, y el encargado trajera a un sorprendido compañero, que aun no se acababa de creer lo que estaba pasando. Finiquito, taquilla y taxi. Hemos salvado a la empresa. Todo esto chocando con el estupor que producía el que, de cuando en cuando, en medio de toda la movida, llegaran personas de fuera que pedían echar una solicitud de trabajo. Qué mal está el mundo.

Esto no podía quedar así, con lo que el Comité solicitó reunión urgente con la dirección para hablar sobre este asunto. Se reunieron, claro, ahora ya no importaba nada. Tras exponerles nuestras quejas ya no sobre el fondo, sino sobre la forma (realmente no entró a debate si el despido de 19 personas era justo, necesario o inevitable; todo se quedó en el cómo se hizo). Y se les propuso que ya que no habían querido negociar antes, pues que se negociara ahora. Que se negocie cómo reestructurar la plantilla. Que se negocie si hubiese voluntarios en dejar la fábrica en vez de 19 forzosos. Que se negocie si esos 19 podrán volver a ser recontratados en un futuro, aun de forma eventual, teniendo prioridad sobre otra gente que haya echado solicitud.

Y la empresa dijo que bastante se lo habían currado ya para que solo fueran 19 y no más. Que ha sido así de drástico para evitar que fuese peor y más traumático, y que todas las propuestas que hagamos serán debidamente trasladadas a la Alta Dirección de arriba, y que ya nos dirán algo.

Ya nos dirán algo… Eso fue lo último que nos dijeron hasta que nos vimos frente a frente en el Servicio Aragonés de Mediación y Arbitraje, un organismo concebido para tratar de acercar posturas cuando hay un conflicto colectivo; en este caso tuvo cartas en el asunto porque convocamos una semana de paros parciales, a modo de protesta.

Entre ambas reuniones, se realizaron protestas fuera de la fábrica. A la hora del almuerzo, los operarios concienciados salían y desde fuera se lanzaban consignas y realizaban pitadas de protesta. Hubo gente que se sintió ofendida porque se mencionaba de pasada el lugar de nacimiento del gerente, y siendo ellos oriundos del mismo lugar lo consideraban pasarse. Con permiso de la concurrencia, eso me parece una soberana chorrez; es como si la Agrupación Nacional de Daltónicos elevara su más enérgica protesta por la ofensa que transmite la canción “Sevilla tiene un color especial”. Mas me parece la excusa que han encontrado para no apoyar las protestas. Si no es esa sería otra (me duele el páncreas, igual no es pa tanto, al menos tienen salú…). En fin, no merece la pena seguir hablando de eso…
También se convocó una asamblea general de trabajadores, que tuvo una asistencia más masiva que en otras ocasiones, donde se explicó a la plantilla todo lo que aun no se había explicado de forma oficial: las formas, las sorpresas, y la falta de tiempo para reaccionar. Hubo que explicar muy clarito que cualquier movida que se hubiera podido montar el día de autos habría tenido consecuencias muy negativas, así que solo se pudo dejar hacer. Allí se expuso y se aprobó por unanimidad la realización de paros una semana si la dirección no movía ficha de forma positiva.

Por resumir, en el SAMA no se consiguió nada. La empresa solo accedió a hablar de mejoras en la indemnización de los despedidos, pero no del resto de la gente que ahora están con la duda de si desde arriba se seguirán comportando así. Hablaron de compromiso de un año, tal vez más, en el que firman que no se despediría nadie ya que la situación ahora está más estable… pero eso nos parece insuficiente después de todo lo sucedido, y más aún cuando se nos mencionó que el tema de los inexcusables despidos era organizativo, que no era problema de dinero. Al final, en una empresa, ¿no se reduce todo a un tema de dinero?... Pues no lo entiendo.

Así que en esas estamos: empresa y trabajadores en tensa y forzosa convivencia, paros convocados para esta semana, y la incertidumbre sobre el qué pasará después.

Imagino que no tardaremos tanto en saberlo…

domingo, 27 de enero de 2013

El conflicto

Un pasado viernes de principios de enero, en el trabajo nos tuvimos que enfrentar de morros y sin chaleco salvavidas a la Crisis, algo que habíamos conseguido ir esquivando durante sus primeros años.

El día anterior, la Empresa convocaba a un reducido grupo de representantes del comité de empresa para ese viernes a primera hora, para comunicar algo oficialmente. La brevedad de la reunión, lo extraño de la convocatoria y la escasa representación que iba a asistir ya nos auguraban algo inquietante. Y en estos tiempos, lo inquietante nunca acaba bien.

Llega el día de autos y nuestros temores se materializan: la Empresa toma la decisión realizar 19 despidos ese mismo día; despidos que empezarán a irse realizando en cuando esa misma reunión termine. No hay nada que podamos hacer, nada que hablar, nada que negociar, nada que debatir. Sencillamente se ha cumplido con el protocolo de noticiar en primer lugar a los representantes de los trabajadores, y listo. A continuación irían avisando uno a uno los nombres de los elegidos, cual ganadores de un macabro concurso. No podemos hacer nada.

En ese momento se desata el microcaos. Reunión de urgencia con todo el comité (y avisando aprisa a los que trabajan en el turno de tarde de que hay movida). Mientras los delegados sindicales se ponen en contacto con su sindicato para pedir consejo e instrucciones urgentes, el resto nos quedamos en la entrada para ver pasar a los primeros despedidos con cara de estupor. Las acciones que podemos hacer son pocas: ¿te acompañamos? ¿te aconsejamos? Lo que quieras, pero sobre todo no firmes nada. Es la máxima que repetimos una y otra vez.

La rutina era mecánicamente simple: llega el trabajador, se le informa de que sobra, se le acompaña a su taquilla para recoger sus pertenencias, y a continuación hasta un taxi que ya espera en la puerta. Servicio completo.

Descubrimos con cierto terror, al mismo tiempo que el resto de la plantilla, que lo que parecía que iba a ser una hora de angustia se va a convertir en toda una mañana. En vez de hacer el proceso de forma quirúrgica e inmediata, entre despedido y despedido pasan cerca de veinte minutos. En la fábrica la tensión aumenta hasta niveles insospechados. Cada vez que alguien escucha su nombre, ve que un encargado le señala o se dirige a comentarle algo, se hunde. Se producen escenas de sollozos de gente a la que solo se mencionaba por motivos de trabajo. Y solo ha sido el comienzo.

En voz baja se pregunta cuantos van por ahora. Cinco, seis, el séptimo está subiendo las escaleras. ¿Quiénes son? Los nombres van cayendo, como losas. Pasan las horas, todavía no ha terminado la criba. ¿Por qué permiten que pase esto?

Un compañero se harta y sube a hablar con el gerente. Despedid a quien tengáis que hacerlo, vale, pero por favor, hacedlos todo ya de golpe. Son ya casi tres horas en que la gente esta prácticamente en estado de shock. Pon fin a esto de una vez y que los que se queden, se queden tranquilos. El gerente, al que parece que no se esperaba que la jornada discurriera de esa forma, accedió a dar instrucciones para acelerar el proceso. Pero eso solo sería por la tarde; por la tarde supieron hacerlo todo en cosa de media hora. Por la mañana fueron alrededor de cuatro horas de angustia. Personalmente llegué a temer que alguien sufriese un accidente con las máquinas al estar con la cabeza y los nervios en otra parte.

La última persona en ser despedida esa mañana era sordomuda sorda. Y la empresa había reservado con varios días de antelación la asistencia de una traductora de lenguaje lengua de signos, para que no hubiese lugar a error o confusión. Todo controlado.

Y ese mismo día, la fluidez con la que se desarrollaban las relaciones laborales entre la empresa y la plantilla, desapareció. No es que fueran modélicas, pero siempre había una base de respeto y debate antes de cualquier situación. Eso ya ha desaparecido. De repente y siguiendo instrucciones (siempre las instrucciones vienen de otro sitio), en vez de la negociación han pasado a la imposición. Y ahora es cuando nos toca a nosotros, a la plantilla, decidir si estamos de acuerdo en que nos pisen o si seremos capaces de quejarnos en condiciones.

La historia está lejos de continuar, espero poder seguir narrándola…

jueves, 3 de enero de 2013

Los desafortunados

He tenido un debate con un compañero de trabajo que me ha parecido lo suficientemente interesante como para reflejarlo aquí en una entrada del blog (el debate, no el compañero). Lanzaba yo mi rutinaria queja acerca de las pocas ganas de aceptar las incomodidades del madrugón laboral, cuando mi compañero me comentó que sí, que es una faena, pero que al menos somos afortunados por tener la posibilidad de pasar sueño en beneficio de la Empresa. Ahí se me encendió una lucecita (metafórica) y respondí a mi colega que no consideraba eso correcto. Que no es cierto que nosotros seamos afortunados por mantener por ahora el puesto de trabajo (toquemos madera), sino que era la gente en paro la desafortunada.

Mi compañero comentó que ambas posiciones, en su opinión, eran la misma: para que haya gente desafortunada tiene que haber gente afortunada. Yo sostengo que no: existe lo que podría denominarse un estándar de la fortuna, del azar o de la suerte, y de ahí posicionar gente lejos de ese estándar, en un extremo o en otro, y a esos particulares ponerles el adjetivo de afortunado o desafortunado. Entiendo que alguien que ha perdido el curro sea desafortunado. Pero entre los que todavía lo conservan, considero afortunado al que le haya tocado la lotería, por ejemplo, no al resto. El considera una suerte tener trabajo, y yo entiendo que es un hecho desagradable y artificial el no tenerlo (artificial en el sentido de inducido o provocado, no natural), pero que lo uno no depende de lo otro.

Es más, creo que esa mentalidad puede ser incluso tóxica para el pueblo llano. Me explico: si se extiende (como parece que quieren que se propague) la idea de que todo aquel que mantenga todavía un trabajo más o menos decente y digno (ojo a esto, que no todos los trabajos tienen esos apellidos) se considere un privilegiado y afortunada excepción para la sociedad, querrá decir que lo normal sería el no tener trabajo digno. Ojo que tu aun tienes trabajo, no destaques, no te hagas notar no vaya a ser que lo pierdas. De esa forma los que aun pueden luchar gastan sus energías en no perder ese falso privilegio, en vez de intentar que los desafortunados vuelvan a ganar ese trabajo que es un derecho. No se ha diluido la clase media, sino que la han estrechado tanto que ahora apenas puede verse.

Porque, una vez aceptado que tener un trabajo incluso precario pueda ser una enorme fortuna, ¿por qué detenerse ahí?. Voy a darle un poco a la demagogia para ilustrar esto: ¿Quién es más afortunado: un parado español o un famélico de Ruanda?. Pues no te quejes, parado español, que peor sería haber nacido en el cuerno de África. Estamos empezando a aceptar como cotidiano todas estas desgracias que nos rodean o que incluso nos afectan; en cuanto las consideremos comunes, la expectativa de bienestar bajará a niveles que ya se consideraban tristes antes de la transición. Y todo eso afectando únicamente al ciudadano promedio, que, según las últimas estadísticas, ya somos casi todos.

Solo se libran, como viene siendo habitual, los de siempre. Y el cabreo aun no explota. Cuánto nos queda por divulgar..

¿Qué opináis?