Anoche, la selección debió ganar un partido bastante importante, según me cuentan. Tras la victoria, miles y miles de ciudadanos
tomaron las calles, saltaron, gritaron, cerraron plazas, se remojaron en las fuentes más características de la localidad. Desfilaron con ropajes surrealistas y ondearon banderas, entonaron cánticos, se hermanaron multitudes en sus loas a los deportistas. Igual que sucedió el sábado pasado.
Sin embargo, cuando a finales de junio se convocó una manifestación por la mejora de las condiciones de trabajo y sus recortes debido a la crisis, apenas se juntaron unas 2000 personas, que eran cómodamente observadas por gente que se tomaba sus cañas tranquilamente en las terrazas que flanqueaban la marcha.
No me malinterpretéis, a quien le guste el fútbol, me parece genial que lo celebrase. Pero me decepciona ver cómo están las prioridades del pueblo, comprobar por lo que es capaz de movilizarse, y por lo que no. La democracia ha hablado en las calles: la gente prefiere circo en vez de pan. Tenemos lo que nos merecemos. Y después aun seremos capaces de quejarnos...